El antropocentrismo pone en el centro de la realidad al ser humano. Y esto puede dar pie a obviar la realidad de los demás y por lo tanto, a tener una visión y una percepción subjetiva a la vez que egoísta del mundo que nos rodea.
Nuestra forma de ver el mundo y sobre todo, las relaciones interespecíficas, están supeditadas por un pensamiento antropocéntrico que venimos arrastrando desde hace mucho tiempo. Este pensamiento condiciona esas relaciones y por lo tanto, la calidad de vida de los animales que nos acompañan.
Si nos centramos en la convivencia con los perros, podemos ver que en muchas ocasiones tomamos como conductas molestas, conductas que son naturales para ellos. Y eso no es lo peor, lo peor es que nos empeñamos en cambiar su forma de ser, su naturaleza para que “dejen de molestarnos X comportamientos”. Cuando hemos sido nosotros los que hemos elegido que dicho animal viviese en nuestro hogar. Nadie nos obligó a tomar esa decisión. En cambio, a ellos sí que les obligamos a vivir en un sitio u en otro.
Si dejásemos a un lado nuestro egoísmo, si pensáramos en la otra parte de forma empática y la mirásemos de una forma más compasiva, veríamos lo difícil que es para un perro adaptarse a las circunstancias que le planteamos.
Recordemos que de forma inevitable, la relación con un perro es una relación vertical, en la que el humano tiene todo el poder y en la que el perro no tiene capacidad, o tiene muy poca, de decidir sobre su propia vida.
Y así viven durante su corta vida. Contando con que no vengan de una situación peor, en la que hayan sido víctimas de maltrato, del tipo que sea.
¿Cuánto tarda una persona en recuperarse de un trauma? Y eso que los humanos sí tenemos cierto libre albedrío. Podemos elegir con quién nos relacionamos y con quién no. Con quién vivimos, cuándo nos relacionamos con los demás y de qué forma… Y por supuesto, tenemos una capacidad cognitiva mucho mayor. Y aún así, tardamos años en recuperarnos de una experiencia traumática. ¿Por qué pretendemos que un perro se recupere antes? Si lo tienen mucho más difícil que nosotros.
Eso nos puede llevar a plantearnos la pregunta siguiente: ¿Por qué vivimos con un perro? o si estamos preparados para asumir cómo es el perro con el que convivimos y las necesidades que tiene. Que pueden ser muy diferentes a las nuestras. Y debe ser responsabilidad del humano proveer al perro de los momentos y los entornos oportunos para que pueda cubrir esas necesidades y desarrollarse así como individuo. Pero en cambio, es más frecuente encontrar relaciones interespecíficas en las que se cubren las necesidades del humano y el perro tiene que adaptarse.
Toda su vida se puede resumir en eso: adaptarse.
Adaptarse a lo que los humanos decidamos hacer. Si leemos en internet que un collar es bueno, el perro tendrá que adaptarse al collar. Si decidimos que vaya a la terraza de un bar durante unas horas, tendrá que adaptarse también. Y así con un largo etcétera. Pero claro, si no lo hace, llamaremos a un profesional para que cambie su forma de ser, para que “modifique” su conducta. Eso sí, pararnos a pensar qué siente el perro ni hablar. No vaya a ser que nuestra relación sea menos vertical.
¿Estamos realmente preparados para convivir y responsabilizarnos de un animal?
Reconocer a los animales significa hacer preguntas y preguntarnos por su lugar para hacerles hueco. Ellos nos ayudan a ser mejores personas, démosles el lugar que se merecen. Porque si nuestra forma de ser y de ver el mundo se acercase más a la de los perros, el mundo sería un lugar menos hostil.
Debemos valorar hasta qué punto hemos convertido nuestra relación con los animales en una relación transaccional, en la que buscamos constantemente obtener algo a cambio de nuestros actos. Esto nos puede llevar a instrumentalizar a nuestros compañeros de 4 patas. Algo muy injusto si nos paramos a pensar que la decisión de tener ese tipo de relación es unilateral. El animal en ningún momento tiene voz o voto. Volviendo a caer en una relación totalmente vertical.
Y a raíz de ese tipo de relación podemos caer en el especismo, usando a los animales para nuestro beneficio. Y puede sonar chocante, pero es así. Ya que al perro le da igual subir a un podio, recibir una medalla, el reconocimiento social o por cuánto se van a vender sus cachorros ahora que es campeón de algo.
Y ante la propuesta de que al perro le gusta, pensemos qué haría el perro en libertad. Ya que si fuese algo que realmente le gusta, lo haría de forma natural, sin que nadie le obligue ni le induzca a ello.
Aquí podemos tener influencia también del sistema capitalista en el que vivimos y con el que hemos crecido, que nos empuja a querer sacar un beneficio de todo y todos los que nos rodean.
Este beneficio no solamente tiene que ser material. Puede ser un beneficio social o emocional. Usando al animal cómo paño de lágrimas, cargandole con todas aquellas emociones que no somos capaces de gestionar.
Es entonces cuando “queremos” al perro. Pero por el contrario, cuando el perro muestra conductas que para él son inherentes, pero molestas para nosotros, buscamos la manera de cambiarle, de que renuncie a su forma de ser. Lo que significa una tremenda falta de respeto al ser vivo que es.
Es asombrosa la cantidad de veces que llevamos a los perros a estados de indefensión. Ya sea de forma consciente o inconsciente, con tal de que dejen de molestarnos, de que paren de comportarse de esa manera.
Es importante que recordemos que el perro es un ser completo. Y no necesita a un humano para completarse, por lo que no necesita que nadie “modifique” su forma de ser. Necesita que le comprendan, que le respeten y que se le permita expresarse y desarrollarse como perro.
A nosotros, en cambio, nos puede la impaciencia y a veces no sabemos gestionar la frustración. Cosa que nos lleva a adoptar métodos maquiavélicos, donde el fin justifique los medios. Aunque el fin sea un perro inhibido y los métodos sean el control y la represión.
Y estos métodos no tienen que ser necesariamente violentos. Podemos ejercer control sobre un perro con métodos “amables”, en los que exigimos al perro que haga cosas contra natura una y otra vez, entorpeciendo y deteriorando su desarrollo como individuo.
Esto no deja de ser una forma de blanquear nuestra falta de tolerancia hacia lo que es un perro, nuestra necesidad de ejercer poder sobre el supuestamente débil, de tener el control de la vida de otro, una vida que no nos pertenece, pero que consideramos que sí.
Dejemos entonces de enmascarar el especismo que habita en nuestra relación con los animales, saquémoslo a la luz para poder erradicarlo.
Dejemos de vivir esclavizados por la presión social, por la necesidad de encajar y de ser aceptados. Pues eso nos lleva a atentar, en muchas ocasiones, contra el bienestar de aquellos que no tienen voz para manifestarse, o que sí la tienen, pero no queremos escucharla.
Hablemos sobre el abuso de poder y el consentimiento en el mundo del perro: ¿Quién le pregunta al perro si le apetece que le toquen, que le abracen, besen o que simplemente invadan su espacio vital? Por qué nos creemos con el derecho de hacer y deshacer a nuestro antojo allá por donde vamos.
Seamos algo más empáticos y pensemos qué nos parecería a nosotros salir a la calle y estar a merced de todo aquel con el que nos crucemos. Vivir con la incertidumbre de quién nos tocará hoy, durante cuánto tiempo y en qué parte.
Resulta humillante, ¿verdad?. Pues es lo que viven los perros día a día. Perros que también merecen dignidad.
Abordemos el tema de la cotidianidad, de la rutina y de cómo pasamos muchos de nuestros días en piloto automático, sin ser realmente conscientes de lo que vivimos. Pasando nuestros días como quien va tachando días de un calendario, metidos en un bucle vital que nos lleva a ser “esclavos” de nuestras propias vidas. Y lo peor no es eso, lo peor es que ese modelo de vida gris se lo trasladamos a los perros, que tienen que vivir gran parte de su vida de forma autómata, como consecuencia de nuestra rutina y de nuestro estilo vital.
Los paseos están totalmente programados, donde vamos del punto A, al punto B. Donde la persona aprovecha para mirar el móvil y el perro se limita a seguir, o intentar seguir el ritmo que el humano marque en cada momento. Inhibiendo por completo su condición de perro, que le “pedirá” que explore el entorno, que se relacione con él y que disfrute de ese corto periodo de tiempo.
La comida también se convierte en algo rutinario: misma comida ultra procesada, misma hora, misma cantidad… y por supuesto, a esto hay que añadir largas horas de soledad, sin nada que hacer. Simplemente esperar a que llegue esa persona que le sacará unos minutos de paseo, para ni siquiera poder “ser perro”.
¿Qué vida es esa?
Muchos opinarán que es una buena vida. Tienen comida, techo, paseos, atención veterinaria… Pero la vida va mucho más allá de eso. Un perro quiere y necesita cosas que no son materiales. Quieren pasar tiempo de calidad junto a la persona que le acompaña en su corta vida, quieren sentirse uno más de la familia, sentir que pertenecen a un grupo. Quieren conocer nuevos lugares, nuevos sabores, nuevos individuos, quieren disfrutar de la libertad (si se puede llamar así) de estar sin correa, en un entorno natural. En definitiva, quieren VIVIR.
Y es que muchos perros sufren un dolor invisible, pero muy doloroso, que es el dolor social. Ese dolor que aparece cuando el grupo te da de lado o no te integra dentro de él, cuando tus sentimientos no importan y tus necesidades no son atendidas ni se tienen en cuenta.
El sufrimiento que produce este tipo de dolor, es similar al que produce el dolor físico. Imaginad vivir con eso a diario, sin que nadie atienda dicho malestar. Imaginad si vuestra familia o vuestro grupo de amigos no os tuviesen en cuenta a la hora de hacer planes, si pasasen por alto vuestros sentimientos y si poco a poco, fueseis pasando a ser parte del mobiliario de la casa. Terrible, ¿verdad?. Pues así viven muchos perros que aparentemente tienen buenas vidas.
Siguiendo con este tema, de disfrutar el tiempo con los perros que nos acompañan, quiero hablar, o mejor dicho, escribir, de la vida y la muerte.
Hace un tiempo le pregunté a una persona que admiro personal y profesionalmente, cómo veía la muerte y cómo se tomaba la vida. Ya que estaba en un punto de su vida en el que no sabía si le quedaba un año de vida o moriría de vieja, a consecuencia de un virus que no se trató bien, ni a tiempo. Pero ese es otro tema.
El caso es que me contaba que sí, que lo típico cuando te dan la noticia es querer hacer muchas cosas que nunca hiciste y vivir al máximo tus últimos días. Pero que realmente eso no es lo importante. Que lo importante es ser consciente de lo que tienes en cada momento y disfrutarlo.
Me decía que simplemente disfruta de la compañía que tiene en cada momento y da gracias por ello. “Cuando veo una película con mi madre en el sofá, mientras comemos palomitas, soy consciente de ello y lo disfruto” o, “Si hace mal día pero los perros se lo están pasando en grande, me quedo con ellos en la calle y disfruto con su felicidad”. Estas son algunas de sus palabras, que definen muy bien la actitud que todos y todas deberíamos tener en la vida con perro.
Durante este periodo de incertidumbre en el que no sabe si le quedan meses o muchos años de vida, sigue haciendo su trabajo cómo siempre, que consiste en ayudar a animales y personas. Sigue plantando semillas en personas para que la relación con sus perros mejore, semillas que quizá no vea florecer, pero que no por ello deja de sembrar.
La persona de la que escribo, no es profesional de la conducta, pero podemos aprender grandes cosas de ella.
Estas cosas creo que son las que realmente marcan la diferencia en una relación. Esto es lo que un perro necesita y no un programa de adiestramiento que haga que deje de hacer eso que nos molesta a las personas y así podamos vivir nosotros un poco más tranquilos, aunque implique que el perro viva reprimido.
Basándonos un poco en lo anteriormente expuesto, pensemos: ¿Cuántos minutos al día puede reaccionar un perro con “problemas de reactividad”? Muy pocos, ¿verdad?. Y, ¿cuántas horas pasa acompañado por nosotros? Muchas.
Por lo que sin duda, es mucho más importante que tengamos una buena relación y que hagamos de su vida una vida digna y feliz, que lo “adiestremos” para que no emita conductas molestas para las personas.
Y esto no quiere decir que nos olvidemos de su reactividad, quiere decir que tenemos que ser objetivos y ayudar al perro donde más lo necesita. Porque cuando el perro tiene una buena vida y sus necesidades físicas y mentales están bien cubiertas, el cambio empieza a llegar por sí solo, aunque tarde tiempo en llegar.
De ahí la importancia de empatizar realmente con el perro y la vida que lleva o ha llevado, en eso tiene que basarse cualquier tratamiento, ya que si no, será un fracaso. Independientemente de si el perro deja de emitir la conducta indeseada o no. Será un fracaso porque no habremos aprendido nada de la maravillosa oportunidad que tenemos al compartir nuestra vida con un ser tan especial.
Por mi parte, intento aprender cada día de las perras con las que vivo, de los que encuentro por la calle, de las familias que visito y de las personas que me rodean. Y siempre, siempre hay algo nuevo que aprender, por muchos años que pasen.
De la persona que hablaba anteriormente aprendo mucho y le consulto muchas cuestiones, tanto profesionales cómo personales. Porque independientemente de la respuesta (más o menos técnica), siempre responderá con empatía, compromiso, conocimiento y amor hacia los perros.
Y es esa persona la que puede morir en unos pocos meses y no otra que haya cometido los más horrendos crímenes. Pero la vida es así y podemos verlo cada día en los perros que viven encerrados en jaulas, que son maltratados o asesinados sin ser culpables de nada más que nacer.
Por eso en esta entrada quiero preguntar a cada lector, si teniendo en cuenta lo que vive un perro y la vida que ha podido pasar, los "problemas de conducta" son tan importante (volviendo a recalcar que no por ello tenemos que dejar de tratarlos).
Los animales nos ayudan a mejorar cómo especie. Pero para eso tenemos que estar dispuestos a mirar con otros ojos y a abandonar el pensamiento antropocéntrico.
Y que no se nos olvide: La Naturaleza no está a nuestro alrededor y a nuestro servicio, sino que somos nosotros una pequeña parte de ella.
Pedro Almansa.
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